Las palabras se las lleva el viento

Este es uno más de esos dichos que ocultan la verdad de los hechos. No hay más que fijarse un poquito para comprobar que el viento no es capaz de arrastrar las palabras. Al fin y al cabo, qué otra cosa sino viento son las palabras cuando salen de nuestra boca. Un cálido y susurrante viento que lo mismo esconde dulces declaraciones de amor que amenazas violentas, promesas que nunca se cumplirán como rotundas proclamas eternas llamadas a durar menos que un estornudo.

No, las palabras no se las lleva el viento. Quedan ahí dando vueltas, escondidas en el viento que nos rodea, quizá confusas, aturdidas en el ruido de otros vientos, pero presentes para desdicha de muchos oradores.

Incluso aunque el viento pudiese hacerles perder parte de su timbre, alguna sílaba que se trastoque, algún sonido que induzca a error, no desaparecen jamás desde que inventaron la tinta. Antes de que gutemberg diera el golpe de efecto, antes de que google acudiera presto en nuestra ayuda, ahí estaba la tinta fresca, el pasquín, el panfleto, el escrito que recuerda, denuncia y saca los colores de la mentira.

A propósito de un cambio en la recaudación municipal, el médico favorito del pueblo hace una hagiografía probablemente merecida: Con una fuerte personalidad, Mariló Joya pasaba por ser la mejor profesional de la comarca.

No seré yo quien ponga o quite méritos a esta antigua amiga con la que un día no tan lejano compartí sonrisas y complicidades. No me arrepiento de nada. Ni de lo que escribí para su periódico. Ni de los carteles que pinté y pegué para una concentración en su defensa. Ni de las cervezas que nos tomamos para charlar de todo un poco. Ni de la modesta publicidad que le encargué para apoyarla en momentos difíciles. Lo hice con el corazón.

Sigue el doctor en su meditado escrito: Con un agudo instinto periodístico y una gran capacidad de trabajo, después de un largo recorrido por distintos medios de comunicación montó su propia empresa. Con esto del largo recorrido se debe referir a la época en que le cerró la tele. Eso sí lo recordarán. Ellos y nosotros. Tampoco hace tanto. Pero sí es bueno que ambos hayan olvidado las cosas que se decían en público y en privado. Las públicas, públicas son. Y las privadas, privadas deben seguir.

Como el artículo va destinado al tema recaudatorio, el doctor se pone sentimental, piensa en el esposo de la periodista y se sitúa en el campo sindical. Por eso, afirma: En el “corredor de la muerte”, laboral se entiende, los trabajadores de la empresa, entre ellos el propio Paco, se preguntan que habrán hecho para merecer tan duro castigo.

Debe ser que este doctor ya ha olvidado también qué pasó con las personas que trabajaban en la recaudación hace cuatro años. Incluso es posible que el esposo de la periodista también haya olvidado qué pasó hace cuatro años. Mi amigo pepe, al que quiero mucho, quizá sea ingenuo pero no necesita hacerse tantas preguntas. Él no se pregunta qué hizo para merecer tan duro castigo. No se lo pregunta porque lo sabe perfectamente. Lo saben también todos sus compañeros, esos que antes eran compañeros, y amigos, del que se pregunta cosas cuya respuesta conoce mejor que nadie.

Porque es imposible que en tan poco tiempo todo el mundo se haya olvidado de todo. Al fin y al cabo, las palabras no se las lleva el tiempo. No con tanta rotundidad, al menos.

Salud