Ya parece haber quedado claro que la infanta no es culpable
de nada. Lo ha dicho bien claro el fiscal: no se puede imputar a esa chica sólo
por conjeturas. La gente tiene que entenderlo.
Parece haber quedado claro también que nadie tuvo la culpa
del problemita aquel del prestige. Hubo chapapote, eso sí, pero como han dicho
algunos ingeniosos tertulianos, no hay que alarmarse por una cuestión de
percebes bronceados. Habiendo tantos problemas en el mundo no es cuestión de
perder mucho tiempo en asuntos banales como este de los hilillos de plastilina.
De este tema ya habló hace algún tiempo quevedo. Ahora que
algunos insisten en regular el cumplimiento íntegro de las penas o la cadena
perpetua revisable, otros, menos ambiciosos, nos conformaríamos con que un
pequeño porcentaje de los delincuentes con visa oro cumplieran siquiera la
mitad de las penas que hipotéticamente se les podrían imponer. Y ya ese
objetivo se me antoja complicado.
Es raro, es insólito, es difícil, ver entrar a estos señores
en la cárcel. Por lo visto, los jueces que les tocan suelen ser más
condescendientes, más comprensivos, más estudiosos que los que le tocan al
ciudadano común.
Pero si alguno de ellos, por una casualidad del destino,
entra por la puerta de la prisión, raro es que permanezca en tan noble
institución más de unos meses. Los abogados buenos siempre saben encontrar
argumentos buenos que son aceptados más pronto que tarde. En el peor de los
casos, cómo va a negar el gobierno un indulto en condiciones a ese amigo que
cometió el pecadillo de desfalcar algunas decenas o centenas de millones usando
su cargo como pretexto, arma y argumento.
Las cosas esas que pasan en la audiencia nacional o en el
supremo nos pillan lejos. Las vemos en la tele y nos hacemos una idea, pero no
es lo mismo que cuando se habla de algo más cercano. Al oír la sentencia del
prestige me ha venido a la memoria aquella otra que se promulgó el día de la
mujer trabajadora del año 2012 después de cristo. El fallo decía textualmente:
Debo ABSOLVER y ABSUELVO
libremente a Eulogio, Héctor, Julián, Maximiliano, Rafael, Simón, Jose
Enrique, Juan Luis, Alejandro, Rosa y Carmelo de cada uno de los delitos de homicidio imprudente, lesiones
imprudentes y contra la seguridad y salud en el trabajo de los que en las
presentes actuaciones han venido siendo acusados.
Con esta frase tan simple, después de cuarenta y nueve
folios de antecedentes y disquisiciones, el magistrado sergio romero cobo, del
juzgado de lo penal número uno de motril, decidió que nadie era culpable, que
las personas que cayeron de lo alto de una autovía que se estaba construyendo
desde granada hasta málaga en el tramo denominado taramay la herradura murieron
por fatal accidente, y que los hierros y personas que acabaron en el suelo de
torrecuevas estaban allí de forma irregular a pesar de que todo se hizo bien,
o, al menos, de que no se pudo acreditar quién hizo algo mal o qué cosa se hizo
mal. Mala suerte.
Ha querido la casualidad, supongo, que ese magistrado haya
sido el encargado de dictar sentencia en dos causas penales en las que estaba
imputado el anterior arquitecto de este ayuntamiento. El señor magistrado,
honorable cobo, también había decidido unos meses antes, el nueve de diciembre
de 2011, que el señor passolas, el señor benavides, y otros, eran inocentes de
todas las tropelías cometidas año tras año en el colegio inglés porque, a pesar
de ser evidentes las irregularidades, no pudo haber delito ya que, ojo al dato,
el plan de urbanismo de esta hermosa ciudad no había sido publicado
íntegramente en el boja. Se había publicado, claro, pero no todas las
tropecientas hojas y planos de los cinco o seis tomos que tiene.
Y el mismo argumento se volvió a utilizar por este mismo
magistrado el uno de septiembre del año del señor de 2013. No hay posibilidad
de condenar al señor passolas, arquitecto municipal, por incumplir el plan de
urbanismo que él había redactado, ya que ese plan estaba publicado, pero no en
su integridad, cuando se concedió la licencia. Por lo tanto, no era exigible su
cumplimiento.
Cuando uno lee sentencias así se queda sin palabras. Y eso
me ha pasado a mí. Así que, colorín colorao, este cuento se ha acabao.
Salud